Raúl Ruiz.- Desde poco menos de una década, el pueblo de Samalayuca, situado a 50 kilómetros de Ciudad Juárez, ha estado negociando con una empresa canadiense la posibilidad de explotar una mina de cobre.
Su promotor principal, el ing. Javier Meléndez, ha buscado, ante todo, el beneficio de los ejidatarios de su terruño, y ahora que todo parece indicar, se instalará en breve la mina, bajo la razón social de “Samalayuca Cobre, S. A. de C.V.”; el proyecto avanza, pues, según el dicho de Meléndez, están siendo cumplidos hasta los mínimos requerimientos para su apertura; por lo tanto, las autoridades están a punto de dictaminar su aprobación y con ello, la primera etapa de su edificación.
Pero no todo es miel sobre hojuelas. Nubarrones se ciernen sobre su cabeza.
La dificultad que enfrentan, no estriba en el cumplimiento de tales requisitos, sino en el embate de las fuerzas adversas al proyecto, que se agolpan contra los ejidatarios de “Ojo de la Casa”. No pueden soportar que en un pequeño lugar como lo es Samalayuca, pueda haber una inversión de cuatro mil millones de dólares.
El historial destructivo que ostenta la industria minera canadiense, despierta la animadversión de grupos aparentemente “ecologistas”, y personajes que buscan a todas luces la luminosidad de los reflectores mediáticos, para oponerse a ultranza a la mina de cobre de Samalayuca.
Oponerse solo porque sí, es un deporte muy recurrente en esta aldea. Rencorosas voces que quieren cobrarse viejas afrentas, o abiertos mandobles con los que buscan algún beneficio personal, son las que hoy se escuchan en redes sociales, principalmente, las fuerzas opositoras.
Por alguna razón, que más tarde saldrá a la luz, un grupo de activistas abiertamente identificados como contrarios a la mina, sistemáticamente se pronuncian reacios a su instalación.
Incluso por conducto del abogado derechohumanista, Santiago González Reyes, han interpuesto un amparo para detener su instalación. Anticipan horrores que supuestamente ocurrirán si se autoriza este desarrollo minero.
Me recuerda las clases de catecismo en las que se planteaba un infierno terrífico que te consumiría en el fuego ardiente (lugar común), si deso-bedecías a tus padres. O si faltabas los domingos a la misa.
Esto es natural, siempre habrá unos a favor y otros en contra; son los intereses personales o de grupo los que los mueven; sin embargo, me preocupa que nuestra sociedad se encuentre en los términos de una sociedad agobiada en lo que los expertos llaman “indefensión aprendida”.
Explico el concepto. Dice Martin Seligman, un psicólogo norteamericano, que las sociedades tienen un síndrome: ¿Para qué cambio si ya soy así? Como no veo manera de defenderme o de crecer, mejor me aguanto y procuro que todo siga igual. Y renuncia a la automotivación y bloquea el pensamiento creativo.
Madelon Visintainer Baranoki, psiquiatra y profesora en la Universidad de Yale, dice que los que han aprendido tempranamente a ser desamparados, debilitan más sus defensas inmunológicas y tienden a quedarse inmóviles en su precaria condición.
Infiere que, para superarlo, se necesita inculcar optimismo. “El optimista se recupera rápidamente después de haber fallado. El pesimista se deprime con mayor facilidad y está sujeto a más deficiencia inmunológica. El optimista es más activo, toma mejores decisiones para superar sus problemas, crean redes de apoyo”, dice Madelon.
El pesimista, frente a situaciones difíciles, se vulnera y queda indefenso. No encuentra opciones en el proceso respuesta-refuerzo, no saben formar expectativas.
Bajo esta perspectiva, veo que unos, pueden estar enfermos de tal síndrome; son los que no buscan el bienestar ecológico, sino que buscan pretextos para oponerse al avance y al progreso; por eso, magnifican los horrores de algo que no ocurre todavía, pero que dan por hecho, ocurrirá.
En su defensa, los cabilderos del proyecto encabezado por Javier Meléndez, garantizan a la sociedad que:
1. No habrá contaminación al medio ambiente, ni a los mantos acuíferos de la región. Para lo cual, presentan estudios actualizados de la empresa minera VVC Exploration Corporation que indican un proceso de explotación diferente, menos agresivo que el tradicional, y bajo compromisos severos de protección al medio ambiente.
2. Los inversionistas se comprometen a tapar y reforestar cada socavón que termine de explotarse, antes de abrir uno nuevo.
3. Además de un clausulado especial de candados en el contrato donde obviamente se establece una renta razonable para cada ejidatario de la demarcación afectada.
Pero sus contrarios, hacen saltar a la sociedad juarense llena de temores. Yo hice una propuesta para mediar entre ambos: La creación de un Concejo Ciudadano Supervisor, vigilante de que el proyecto funcione en los términos en los que se compromete la empresa.
1. El gasto de agua mínimo. Lo que se lleva una alberca olímpica por mes, dicen.
2. No afectará el medio ambiente con polución desmedida, ni contaminará los mantos freáticos.
3. Resanará y reforestará el área que terminen de explotar, antes de abrir un nuevo tajo.
Para lo cual, el Concejo se asistirá de especialistas. Químicos, ambientalistas, ingenieros, etc., que certifiquen mensualmente, el cumplimiento cabal de su compromiso.
El funcionamiento de este Concejo, se regirá por un reglamento interno y seguirá un protocolo de certeza. Que signarán los inversionistas, los ejidatarios y los ciudadanos escépticos, como yo, que deseamos el progreso pero con la certeza de que no habrá deterioro ambiental que lamentar.
Recordemos que el arte de la negociación reside en el equilibrio de los intereses de los negociadores. Los radicalismos destruyen.
Original Article: http://www.juarezhoy.com.mx/index.php/perspectiva/item/50665-el-cobre-de-samalayuca